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Mamá y esposa, maestra y estudiante, lectora apasionada de las letras, del cine, del teatro y de la música. Soñadora y amante de la vida y sus vaivenes. Ansiosa al 100% pero trabajando en ello… Sabinera de hueso colorado y humanista empedernida. Coleccionista de chacharitas desde temprana edad. Sensible observadora. Ciudadana de mi hogar y de mi gente. Te invito a leerme.

Y.

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Pensamientos y demás…

Bienvenidos a mi pequeño mundo digital

Después de mucho tiempo por fin decidí abrir mi propio blog. Con nervios, emoción y entusiasmo decido arrancar un nuevo proyecto personal. “Ser y serendipia” nace con la intención de compartir experiencias, ideas, pensamientos, versos y literatura con el anhelo de que las palabras viajen y recorran caminos como lo dicta su naturaleza.

Yael

Ochichornia (o de cuando fui rusa en el shtetl de Ucrania)

Me hace llorar su idioma, me emociona su música y cuando veo sus letras plasmadas , mis pupilas las leen de memoria y las interpretan con una nostalgia perestroika. Debería decir mi idioma, mi música y mis letras plasmadas, debería decir mi plaza, mi San Petesburgo, mi Chont calientito en el plato humeante de la pequeña cabaña.

O-chi-choooor-niaaaaa , ojos negros. Ochichornia, mis ojos eran negros en Ucrania, mis iris eran azabaches mientras araba la tierra y me tomaba un rico Vodka para calmar el frío. Todo era más sencillo en el shtetl y el yidish tan fluido, oy, oy gevolt, tan fluido.

Me acuerdo de esa vida, esa que tuve antes, esa en la que me llamaba Olga o Irina. Lehaim por esa vida,  con Hersch,  con Berele y con Etel, lehaim por lo que hubo y ya no hay, por las noches que Chagall pintó, por los sueños que teníamos antes del pogrom, por el clarinete y el violín que tocaba el zeide, por lo feliz que éramos con el olor del cartofl recién horneado y porque la noche en Ucrania era tan noche, tan chornia.

Me acuerdo de ti , porque estuvimos juntos antes de los cosacos, antes de ese día, antes de que callaran los violines y amanezcamos en otro siglo y en otro tiempo.

Estela es mar

Estela se siente mejor en la playa. Como a tantos, el mar la rejuvenece y la transforma en su mejor versión, como si hubiese sido un error nacer en un país sin mar y en un pueblo tan seco que las lenguas de los gatos comparadas con él, son suaves y lisas como la arena mojada.

Cuando Estela conoció el mar en la década de los ochenta, se enamoró, pero no de otro, sino de ella misma. Descubrió que nació para correr en la bahía, que su piel tostada lucía como la de Sophia Loren y que ella misma era más alegre y amigable en la playa. La semana en la que visitó el paraíso hecho agua y sal  cumplió los diecinueve años. Estela tostada por el sol, cumpleañera y feliz ante los ojos de los demás pero sobre ante los suyos. La semana más inolvidable, , descalza y marítima de su vida.

Estela recordaba la oda al mar de Neruda…Oh mar… dices que sí… dices que no… Pensaba que el poeta chileno tenía tanta razón, al ver el vaivén de las olas que le afirmaban y le negaban en tan sólo un pestañeo. El picor de la piel le parecía una caricia, la ropa era ya un estorbo citadino, el cabello una maraña de océano y brisa que ondeaban cual largos tentáculos. Había en Estela una estela de mar. Cuando regresó a casa se la veía distinta, porque lo estaba. Sus manos bronceadas tecleaban la máquina de escribir de forma taciturna, como buscando caracolas que no se hallan en las oficinas. Su voz sonaba alegre y a la vez nostálgica de pisar con sus pies desnudos castillos de arena deshechos por los golpes de las olas vespertinas. Su piel cubierta de telas añoraba los brazos de un sol que la acogía cuasidesnuda entre un día que prometía ser eterno.

Estela pertenecía al mar, lo sabía. Se prometía volver-ver-volverse a ver y envolver sus años en mar.

Estela, de cincuentaypico años ya. Estela que añora regresar. Estela que aún busca su estela en ese mar lejano y ajeno, en ese mar que es suyo, que añora su pálida piel de escribana, que aspiran sus miopes ojos de lectora, que tantean sus ásperas manos de soledad.

Se la ve cambiada comentan las señoras del edificio. Se la ve ausente comentan sus conocidos. Porque Estela es solitaria, porque Estela está partida en dos. Es tela de ciudad y es piel de mar.

JARDINES AJENOS

Los vecinos, por Raymond Carver es un cuento sutil y humano sobre los deseos de otredad y de la envidia al pasto (aparentemente)  más verde del jardín del vecino.

De forma majestuosa Carver indaga en la usurpación y la invasión (autorizada) de una pareja que vive a través de la vida de otros una realidad alterna, ficticia y sensual. Bill y Arlene Miller cuidan la casa de los Stone con ahínco, pero satisfaciendo sus propias fantasías durante el proceso. Alimentar al gato y cuidar de las plantas es sólo una excusa para meterse en la ropa del otro, fumar sus cigarrillos y acostarse en su cómoda cama. Soñar a ser otro y el juego de fantasía ha sido un territorio muy explorado por escritores, pero la forma en la que lo hace Carver deja al lector con ganas de espiar un poco más la casa de los Stone, ver esas fotos misteriosas del cajón y ser un voyeurista aunque sea por unos instantes mientras juegan a escondidas una vida falsa que se antoja propia.

El ambiente en la casa de los Stone es más fresco, su propio apellido Stone denota una piedra que aunque dura, mantiene una aparente frescura climática.

La llave nos recuerda la entrada al paraíso, ese mismo que perdieron Adán y Eva al pecar con la manzana y el deseo. La llave que queda dentro de la casa dejando un gato encerrado en un hogar que al parecer no será habitado nunca más, según las suposiciones de sus intrusos. Es enigmática la falta de empatía por el pobre felino o por el hecho de haber perdido la entrada a ese gran templo que les despierta sus instintos más carnales. Pero aún así, la pareja nos recuerda a alguien y la comprendemos, así humanos y falibles, así egoístas y carnales. Se parecen a otros, a algún vecino, pariente, amigo o a uno mismo viendo por el cerrojo de la puerta la vida perfecta que tiene aquél suertudo, que al parecer guarda un gran secreto en el cajón.

¿DE QUÉ DEPENDE?

Cuando tenía unos quince años escuchaba al grupo Jarabe de Palo constantemente. Pau Donés , el vocalista, cantaba DEPENDE con esa voz tan suya, nasal y peculiar. Era un himno para mí, una adolescente que siempre buscaba respuestas en un mundo que lo único que arrojaba eran dudas. Un mundo en el que los chavos gastábamos nuestros ahorros de domingos en cd´s  de Mixup  y llenábamos nuestros fines de semana con reuniones que no incluían celulares ni redes sociales, pláticas infinitas entre jóvenes que nos entendíamos entre silencio y bullicio. Era un universo sencillo y simple ahora que lo recuerdo, pero en su momento se me antojaba complejo y demasiado adulto.

 Depende, todo depende, cantaba Pau…de según como se mire todo depende.

Durante años seguí la trayectoria de Jarabe de Palo en Instagram, veía la salud de Pau Donés pendular entre el siempre, el nunca y el quizás que amenazaba su enfermedad. Su sonrisa era para mí un recordatorio de que sin duda todo depende de según como se mire, se ame y se viva.

Mis dos pequeños en casa planean sus cumpleaños a futuro llenos de amigos, hablan de viajes y de paseos por las calles y los centros comerciales tan añorados, de las visitas a casa de sus abuelos, de los restaurantes favoritos… ¿Tu también extrañas eso, mami?, me preguntan con sus vocecitas agudas y sus ojitos brillantes . Claro, les contesto, pero depende. Porque todo depende, les digo con aire de adulto que pretende saber aunque no lo sepa. ¿De qué depende, mami? Me pregunta mi nena con esa curiosidad que se tiene cuando nuestra edad tiene un sólo dígito. De todo, le digo. Si esas caminatas son con ustedes, sin duda las quiero hacer, si las fiestas incluyen sus abrazos ,sus besos, carcajadas y amigos, si la playa nos recibe caminando pegaditos en la arena, si en el centro comercial no nos distraemos tanto con el shopping si no con el estar juntos, entonces lo extraño.

 Mientras tanto, ¿qué les parece si armamos la casa de campaña en el estudio y nos metemos los cuatro a escuchar un poco de música, mientras hacemos un zoom con sus abuelos?

HASTA SIEMPRE Y BUEN VIAJE PAU DONÉS.

William

Se había preparado mucho para el casting. Era el papel de su vida y si se lo daban sería el mejor Hamlet de la historia del teatro de la Quinta Avenida. Se formó en la eterna, inmensa, interminable y sofocante fila de los actores Shakespirianos que lo miraban con recelo, como sabiendo que él sería, que él lo haría , que él era.

Notó que sudaba en exceso, temía empapar el vestuario rentado. Se secó la frente con la manga de la camisa de estilo victoriano , se relamió su rizado cabello que goteaba de sudor mojando el asfalto calcinante de una Nueva York que ardía sin piedad bajo sus botines puntiagudos. Mientras la fila avanzaba repasaba sus líneas en silencio. Alcanzó a repasarlas suficientes veces hasta llegar al inicio de la fila. Al subir al escenario logró distinguir vagamente debido a los reflectores a cinco sombras que seguramente lo miraban y lo estudiaban. Cinco personas cual cinco jinetes cual cinco dedos que lo apuntaban cual cinco jueces que lo juzgaban cual cinco enigmas.

¿Nombre?- Alfredo.

¿Edad?- veintidós.

¿Ocupación?- mesero.

Alfredo debía empezar su soliloquio. Las manos dejaron de temblarle y su corazón acelerado marcaba un ritmo perfecto para declamar lo que al parecer Shakespeare había escrito siglos atrás para que él lo interpretase. Era su papel y era su momento. No había un sólo sonido que lo distrajera ni una sola mosca que volara ni una sola persona que parpadease. Alfredo, poseso de Hamlet.

Hubo un silencio fantasmal que ambientaba el ambiente teatral. El silencio duró lo que dura un suspiro contenido para parar un hipo incesante. Alguien aplaudía. Cinco aplaudían.

¡Alfredo! ¡Alfredo!- gritaba llorosa una voz de mujer – Avisa al restaurante que ya no cuenten contigo.

Agárrate de donde puedas. Aférrate a tus hobbies a tu gente a tus series a tu rutina vieja y nueva, a tu guitarra, a tus siestas y tus encuentros. Anúdate, ahóndate en tus lecturas, en tus placeres, acércate, avívate, anúnciate. Aclimátate, céntrate en tu Zen, en tu Om, en tu yoga en tus aeróbics con Jane Fonda, en tus pesas de medio y un kilo. Desátate, encímate, desabrúmate con las redes sociales y antisociales, distánciate, aviéntate a aprenderte a escucharte a leerte, avíspate alíneate, reconócete entre tus paredes y sus alrededores, actúate entre guiones por escribir y los ya escritos, recuérdate en otros tiempos, en otros días sin tiempo, mímate, desentumécete, ríete con Les Luthiers y Jerry Lewis y Mr Bean y el Sr del clima, anídate, constrúyete familiarízate entre tus hijos y tu cónyuge, entre los vecinos del balcón, anímate afróntate canalízate para ver más adentro, más allá, más al fondo, apláudete, mídete, desfógate entre tus horarios y tu gente, afiánzate, abrígate entre tus propios abrazos, oblígate, libérate, vístete de ti mismo, de otros, de nuevas voces entre el silencio. Avívate, ayúdate. Recuérdate, recuérdate, repítete, repítete, esto pasará, this too shall pass, recítate, hay poesía aún, hay belleza hay belleza, reinvéntate, reinventa, cámbiate y arréglate, mírate porque eres tú, porque eres todos, recuérdate que eres todos. Rézate apiádate y repite todo mañana. 

UN VIAJE DE CHARLOTTE A CARRÈRE

Uno de mis días más felices de la semana es obviamente el viernes, porque además de significar el inicio del añorado fin de semana, es el día de mi diplomado de literatura. Siempre quise tener un lugar donde hablar sobre la belleza de la palabra escrita, los poemas y los libros. Dialogar por horas sobre la solemnidad de un vocablo que puedes analizar incansablemente a nivel filológico y simbólico. Es ahí en el diplomado donde he conocido personas que me llenan la mente y el corazón de imágenes que sólo se pueden leer y sonidos que se hallan solamente entre líneas.

Fue hace unos días que leí dos libros que me recomendaron unas amigas de mis estudios literarios y me fue imposible no leerlos inmediatamente, porque cuando mis compañeras literatas me dicen que debo leer algo porque me encantará o me chocará, lo tomo muy en serio y me pongo a trabajar en ello de inmediato.

Charlotte, de David Foenkinos me bañó de metáforas con su prosa hecha verso. Una lluvia de letras perfectamente entrelazadas me conmovió hasta las lágrimas y pude en una sola sentada leer un poema novelado (¿o una novela poemizada?), porque Foenkinos es un orfebre y con sus manos ha creado un manuscrito de colores amarillos y dorados, que pueden tocarse a lo largo de la novela y llenar tus manos de destellos como estrellas. Fue un maratón de sensaciones de principio a fin. No me había topado con una novela así de dulce y aromática en años, ni siquiera recuerdo cuándo fue la ultima vez que abrazaba un personaje mientras caminábamos entre páginas juntos, ¡y en verso! 

Al día siguiente leí El adversario de Emmanuel Carrère, otro escritor francés que no escatima en detallar y recorrernos por senderos esta vez ni dorados ni amarillos, sino rojos y solitarios, de mentiras y de suspenso que es tan real que nos cala hasta las yemas de los dedos mientras cambiamos de página. Leer El adversario fue un reto, como ver una película con un gran elenco, que regala la mejor de las actuaciones en un ambiente frío e incómodo. Porque Carrère incomoda adrede, te llama para mirar a través de la mirilla una realidad humanamente animal. El hombre como un lobo de sí mismo, como decía Hobbes. El hombre que vive y miente y mientras miente, vive en su mentira vivida. 

Han sido lecturas completamente distintas, un trote poético y posteriormente una carrera al estilo Carrère. Lo he vivido todo a través de sus palabras, que aunque traducidas, no pierden esa esencia de esperanza que como humanos te abraza y te acoge en tu propia soledad.

Por cierto, ¿les he comentado que amo los viernes?

1.72

La altura puede ser un problema, sobre todo para una mujer alta en un país de hombres bajos.

Cuando era más joven me mandaban muchos blind dates. Siempre la gente quiere casar a las solteras para que no se queden, la gente siente una gran responsabilidad social y moral de darle una pareja o dispareja a una mujer que quiere o no un marido, y yo no era una excepción a esa norma. Pasé unos cinco o seis años de mis nuevos veintes en dates, y generalmente con hombres más chaparros que yo.

Siempre me causaba terror abrir la puerta y encontrarme con un liliputiense escuálido sonriéndome a la altura de mis pechos. ¿Acaso la gente no consideraba presentarme un hombre alto que pudiera mirarme a los ojos? No, la gente me mandaba enanos que probablemente eran bajos también para una mujer promedio, ustedes se imaginarán. No me lo tomen a mal, no estoy en contra de los hombres de baja estatura ni de las parejas no acomplejadas que caminan por la calle cómodas con sus centímetros de más y de menos, pero es que en mi mente la altura era un issue importante causado probablemente por los medios de comunicación y las películas hollywoodenses que te enseñan que menganito es siempre más alto que fulanita, y que fulanita es muy feliz mientras menganito la abraza virilmente, porque menganito es alto y fuerte y fulanita es pequeña y delicada.

Con los años aprendí que Hollywood casi nunca cuenta la verdad y que George Clooney no es tan alto comparado con su esposa y que se vale usar tacones y rebasar a tu feliz marido que no tiene ni el más mínimo complejo de tener una esposa alta en un país de chaparritos.

Tres Espartacos

Mi hijo menor lleva varios meses viendo Lazy town, un programa educativo bastante divertido que promueve la actividad física, la amistad y muchos valores éticos para los pequeños. Su personaje favorito es Sportacus, un atleta que viste de azul y hace ejercicio mostrando sus grandes bíceps y piruetas olímpicas. Mi niño lo admira tanto que juega a que es él todo el día. En ocasiones nos pide que lo llamemos Sportacus para entrar en papel y más de una vez lo he cachado tratando de hacer piruetas encima del sofá, acción que me provoca mini infartos de terror maternal.

La admiración. Esa sensación abrazadora y abrasadora de entender, querer e identificarse con nuestros ídolos. A fin de cuentas son humanos pero para nosotros son más que eso.

Hace unos días falleció el verdadero Spartacus (Espartaco), Kirk Douglas, el gran ídolo de mi padre y sin duda en la familia nos causó un poco de tristeza. Porque a los ídolos uno los conoce y los ve como familia y cuando se van, nos duele. Crecí viendo a un Espartaco alto, rubio y con mentón partido.Verlo actuar era tan natural como encontrarse con un tío o un amigo cercano. Douglas me recuerda en cierta forma a Sportacus, al que admira tanto mi hijo. No parecido en nombre o físicamente, sino similar en la forma en la que lo queremos en casa, en la que lo conocemos sin que lo sepa, en la que lo vemos a través de los ojos de un niño de cuatro años que brinca por todas partes y come verduras porque su héroe le dice (sólo a él) lo ricas y nutritivas que son.

Ayer conocí a uno de mis ídolos. Etgar Keret. El maravilloso escritor israelí de cuentos cortos. De estatura pequeña y una enorme sonrisa. El hombre que bien podría ser parte de su prosa irónica y llena de humor ácido. El ser humano que conozco tanto y que no me conocía. Ayer Keret me escribió un poema en la dedicatoria de mi libro, sin saber si quiera que amo tanto los versos. Quizás nuestros ídolos también nos conocen un poco. Nos leen. Nos reciben en su mundo. Sí…Etgar Keret es mi propio Espartaco.

Haciendo un espacio

Llevo un largo tiempo buscando un silloncito cómodo para sentarme a leer. En realidad, en casa no falta donde hacerlo cómodamente, pero mi búsqueda del sillón, mi sillón, va más allá. Es armarme un rinconcito…

Obviamente Pinterest influye en mi deseo de decorar y tengo más de un tablero dedicado a ese lugar que pienso será tan especial y acogedor. Claro está que en Pinterest los sillones se hallan junto a una chimenea que no tengo o con una vista impresionante al mar. En las fotos hay una pequeña mesita donde se logra ver un chocolate caliente con bombones y una librero que llega hasta el techo… Bueno, ese no es el punto.El punto es que aún no he hallado el sillón adecuado. Tengo uno en mente pero no lo encuentro. Algunos (la mayoría) sobrepasan mi presupuesto, otros son duros como piedra y para nada invitan a leer y otros tienen un estampado que probablemente me hartará a los dos días. No es que tenga un lugar de sobra en casa para acomodarlo pero reacomodando seguro cabe.

Las últimas semanas he estado con mucha gente querida que habla de su espacio. Es curioso como siempre buscamos ese gran o milimétrico lugar físico, mental o emocional, donde sólo cabemos nosotros y nuestro ser. Llámese gym, estudios, terapia, lectura, bailes, ver una buena serie o película, ensayar para la obra o tomar un café de esos que no quieres que se acabe nunca. No siempre cabe en nuestro tiempo acelerado nuestro rincón, pero reacomodando…

Y entre la vorágine de la maternidad, las carreras por llegar a tiempo, del trabajo y hacerlo lo mejor que podemos, de escuchar a nuestras parejas y convivir, de apoyar a una gran amiga en su pesar o reír a carcajadas cuando todo ha pasado, de ser hijos y seres humanos que erran y aciertan, ahí, entre los recovecos del tiempo, ahí entre líneas, está tu espacio. ¿Lo alcanzas a ver?

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